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Julia

Risas

Esa mañana yo ya había decidido con quién me iba a ir después de la cena. Realmente sólo había dos posibles candidatos pero me gustó pensar que podía haber elegido a cualquiera de los que habían confirmado su asistencia.

A él le pilló un poco por sorpresa cuando le pedí que me acompañara a recoger el coche. A mí me sorprendío que se hubiera fijado en el pequeño lunar que tengo junto al ombligo. Por ahí empezó todo.

Lo mejor: cuánto nos reimos y la sensación cálida de sus manos en mi estómago.

Por entonces yo terminaba de desembarazarme de una obsesión que había adquirido algunos años antes y me di cuenta, al despedirnos, de que las probabilidades de que volviera a caer en el abismo eran muy grandes. Me decidí a no llamarlo más y, aunque no supe cumplir la promesa una tarde que fui a recoger la chaqueta de la tienda de composturas, después de la segunda cerveza y el quinto beso, respiré hondo y, antes de marcharme, le confesé al oído que hubiera deseado conocerlo en otro momento de mi vida.

Algunas noches aún me acuerdo de sus besos.

2 comentarios

ungancho -

tú sí que me gustas

elsacapuntas -

Cualquier momento es bueno cuando algo merece la pena realmente.