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Julia

La otra vez en Londres

El hotel era tan minúsculo y los floripondios de las cortinas tan impresinantemente grandes que sólo lo salvaba el estar en el mismo centro de la ciudad. La profundidad de la moqueta del baño no ayudaba mucho tampoco, la verdad, pero en los tres días que estuve conseguí saltar de ahí al hiperespacio, más cómodo, gracias al chat que nos habían abierto los organizadores del congreso.

La otra vez en Londres andaba liada --aún virtualmente-- con el tipo que comió merluza una noche en mi cocina. Aún quedaban varios meses para que llegara hasta ahí pero él ya tenía el plan trazado. Y sobre todo tenía la paciencia. Y la estrategia. Y sabía cuánto andaba yo por los chats entonces.

Así que le dejé estar conmigo en Londres, aunque no físicamente. Y te aseguro que lo supo hacer muy bien porque estuvo omnipresente (después me daría cuenta de que la experiencia había rozado lo insoportable y por eso decidí, cuando fui a Barcelona tres meses después, no llevármelo, ni siquiera en presencia telefónica). Oye, qué pesados se ponen algunos.

He recordado esto, esta vez en Londres, porque he vuelto exactamente a los mismos sitios. A excepción de aquel hotel, insoportable.

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